Anacreonte nace en Teos (isla jónica) a la muerte de Safo aproximadamente. Se supone que vivió entre los años 572-485. Teos es una ciudad de Jonia que sufrió la conquista de los persas por lo que los habitantes tuvieron que salir de la isla y fueron a Abdera (colonia griega que se encuentra en Tracia). Anacreonte tiene algunos fragmentos en los que se refiere a poemas de lucha, pero él no es un poeta belicoso. “El que quiera luchar que luche, a mí dame a beber en honor de alguien dulce miel”, es lo que dice. Los temas en los que su poesía va a girar en torno al amor y al vino.
A pesar de que no le gustaba la política se vio involucrado en problemas políticos a su pesar. De Teos se fue a Samos donde dominaba el tirano Polícrates, el cual los persas mataron crucificándolo. Pero también de Samos tuvo que salir y fue a Temas, donde había otro tirano, Hipias, que también fue asesinado. Huyó de allí y se fue a Tesalia, lo único que suponemos es que murió después de la 2ª guerra Médica entre griegos y persas (se les llamaron así porque antes habitaban este territorio los medos).
Anacreonte es un poeta viajero, exiliado, es un poeta de corte. Con él surge en Grecia una figura nueva: el poeta cortesano. Pero este tipo de poesía tiene unas limitaciones pues los poetas dependen de la corte. Anacreonte representa a la Jonia refinada y decadente. Es la Jonia que canta la alegría del banquete, el disfrute de la vida, un mundo hedonista, un mundo de placeres. Canta también a amores fáciles y pasajeros. Aveces esas poesías son melancólicas. Pero la poesía de Anacreonte no tiene la profundidad de Safo. Su amor es rechazado muchas veces pero también tiene poesías graciosas. En algunos poemas opone la postura de la chica joven con la del hombre ya maduro. Uno de los temas que más asusta a Anacreonte es el de la vejez. Refleja en sus poesías la fuerza del amor y el “tempus fugit”.
Aquí se encuentran algunos fragmentos de algunos poemas de Anacreonte:
Dame la lira de Homero,
pero sin cuerdas teñidas de sangre;
traedme las copas,
sobre las cuales reine la ley del festín;
traédmelas, mezclaré en ellas el vino,
siguiendo las reglas consagradas;
quiero embriagarme, bailar y tontear un rato:
quiero entonar el canto báquico
sobre la lira con mi voz mas fuerte.
Dadme la lira de Homero,
pero sin sus cuerdas manchadas de sangre.
Los caballos llevan en sus costados
una marca impresa a fuego.
Los partos son fáciles de reconocer
por su tiara.
Yo por mi parte,
se descubrir enseguida a los amantes.
Llevan, en el fondo del alma,
una marca muy leve.
Vamos, tráenos, muchacho, la copa
que de un trago la apuro.
Échale diez cazos de agua y cinco de vino,
para que sin excesos otra vez
celebre la fiesta de Dionisio
Ea, otra vez,
no sigamos de este modo,
entre estrépitos y gritos
bebiendo como los escitas,
sino entre bellos cantos
bebiendo con moderación.
Arrojándome de nuevo su pelota de púrpura
Eros de cabellera dorada
me invita a compartir el juego
con la muchacha de sandalias multicolores.
Pero ella, que es de la bien trazada Lesbos,
mi cabellera, por ser blanca, desprecia,
y mira, embobada, hacia alguna otra.
Oh, muchacho,
que tienes una mirada virgen,
te estoy buscando
y tu no me haces caso.
Y es que no eres consciente
de que eres al auriga de mi alma.
De Clébulo estoy enamorado,
por Clébulo enloquezco,
a Clébulo mis ojos lo persiguen.
Oh Soberano, compañero de juegos
de Eros seductor y de las Ninfas
de párpados azules y de la purpúrea Afrodita,
tu que reconoces
las elevadas cumbres de los montes.
A ti te imploro, y tú benévolo acúdenos
a escuchar nuestro ruego agraciado.
Sé tú de Clebulo un buen consejero,
y que acepte, Oh Dionisio, mi amor.
Arrojándome de nuevo
desde la roca de Léucade (1)
me sumerjo en la mar canosa,
ebrio de amor.
Canosas ya tengo las sienes
y blanquecina la cabeza,
pasó ya la graciosa juventud,
y tengo los dientes viejos;
del dulce vivir el tiempo
que me queda ya no es mucho.
Por eso sollozo a menudo,
estoy temeroso del Tártaro.
Pues es espantoso el abismo del Hades,
y amargo el abismo de bajada.
Seguro además
que el que ha descendido no vuelve.
Potrilla tracia, ¿por qué me miras
de reojo, y sin piedad me huyes,
y piensas que no sé nada sabio?
Ten por seguro que a ti muy bien
yo podría echarte el freno,
y con las riendas en la mano
dar vuelta a las lindes del estadio.
Pero ahora paces en los prados
y juegas con ágiles cabriolas,
porque ni tienes un jinete
experto en yeguas.
De nuevo amo y no amo
y deliro y no deliro.
¿ Para qué me enseñas las leyes
y argumentos de los retóricos ?
¿Qué tengo yo que ver con semejantes
discursos que de nada me sirven ?
Mejor enséñame a beber el suave licor.
Mejor enséñame a divertirme
con la adorada Afrodita.
¡Por los dioses! ¡Déjame beber!
¡Beber sin interrupción! Quiero enloquecer.
¡Toma tú las armas, yo bebo...!
Muchacho tráeme la copa.
Si he de yacer por tierra,
es mejor que sea embriagado que no muerto.
Trae agua, trae vino.
¡Oh, muchacho, tráeme guirnaldas.
¡Que sea pronto, que estoy
luchando ya contra Eros.(2)
Alzo el vuelo al Olimpo
con unas alas tenues.,
Eros tiene la culpa:
pues mi chico no quiere
pasar su tiempo a mi vera.
Ten por seguro que a ti muy bien
yo podría echarte el freno,
y con las riendas en la mano
dar vuelta a las lindes del estadio.
Pero ahora paces en los prados
y juegas con ágiles cabriolas,
porque ni tienes un jinete
experto en yeguas.
Música clásica basada en las obras de Anacreonte:
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